Paparazis: una 'vita' no tan 'dolce'

Woody Allen resucita en su nuevo filme la profesión que inmortalizó Fellini - Dos de los fotorreporteros más célebres de Roma cuentan el gran cambio del gremio.
LUCIA MAGI - Lecce - 17/08/2011

Ha llovido mucho desde que aquellos fotorreporteros de Federico Fellini perseguían a la voluptuosa Anita Ekberg por las calles de una Roma intrigante en su blanco y negro. La dolce vita de la capital italiana ya no es lo que era. Eso opinan dos de los más afamados paparazis de la Roma contemporánea: Letizia Giambalvo y Vitaliano Napolitano, pareja en la vida profesional y en la privada. "Todo ha cambiado, a los editores hoy les interesa más el detalle vulgar que la historia, y los divos aprendieron a controlar su imagen y a estudiar hasta las fotos presuntamente robadas. Sin considerar la cantidad de gente que se cuela esgrimiendo el móvil, que hace fotos y vídeo, se ha convertido en una guerra".

"Nos pidió naturalidad: usamos nuestras cámaras y nuestra ropa"
En los últimos días, un cierto halo de fascinación ha vuelto a adornar las calles de Roma. Y el papel del fotorreportero a la incesante caza de famosos recupera su antiguo enganche. La ocasión es el rodaje de The bop Decameron, última película de Woody Allen. El director neoyorquino está realizando ahora un capítulo (de los 10 que componen la obra) protagonizado por Roberto Benigni, cómico, actor y director italiano que en 1999 ganó el Oscar con La vida es bella. Leopoldo, su personaje, salta de repente de ser un actor desconocido a la popularidad. "Allí entramos en juego nosotros, los paparazis", exclama Giambalvo. Habla por el móvil desde el mismo decorado en la calle de Vittorio Veneto, "e interpretamos para la ficción lo que es nuestro oficio en la vida real: perseguir estrellas".

"Allen nos recomendó ser lo más naturales posible: usamos nuestras prendas y nuestras cámaras. Solo quien llevaba algo azul oscuro tuvo que cambiarse. Lo odia", cuenta la fotógrafa. "Las secuencias no eran fáciles: un enjambre de paparazis corriendo, empujándose, dando voces", considera Napolitano. "Tuvimos que repetir bastante. Allen es un perfeccionista, pero extremadamente cortés. Se nos acercaba y explicaba casi susurrando dónde nos equivocábamos y cómo hacerlo mejor". "Nos ha restituído la dignidad y el encanto que solía centrar este oficio", promete su compañera, muy divertida por la incursión en el otro bando, el de los actores.

"El trabajo hoy se planifica mucho. La mayoría de los intérpretes tiene a un tropel de agentes protegiéndoles y las productoras a encargados de prensa que pactan las entrevistas. Es triste", lamenta Napolitano. "La crónica rosa", confirma ella, "ya no es contar una historia en contraluz, secreto, como levantar un velo que separa a los famosos de la gente común. Las revistas piden cotilleo vulgar: culos de gente que no se sabe ni qué hace en la vida".

Así que el día a día se hace un poco más aburrido. "Es difícil volver a probar aquella sensación eléctrica en el estómago. Las horas inmóviles con el cañón apuntando a una ventana, esperando, charlando con colegas o sola. De repente la puerta que se abre y todo se precipita: las carreras, los codazos, los gritos para llamar la atención hacia tu lado. Al final todo se juega en pocos minutos, una ráfaga de adrenalina".

Cazar estrellas es cuestión de un instante. Un instante que Allen supo devolverles.

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