En la universal ventana olímpica, la capital británica exhibe su lado más humano y costumbrista


JOSÉ SÁMANO Londres 28 JUL 2012 - 02:08 CET6
Vista del Estadio Olímpico de Londres, cubierto de fuegos artificiales, después de que se encendiese el pebetero / MARTIN BUREAU (AFP)
Al contrario que Pekín hace cuatro años, Londres no apostó por el más allá, tan confuso en estos tiempos, y en la ceremonia inaugural mostró al mundo su álbum más reconocible, el más populista, el de toda la vida. En la universal ventana olímpica, exhibió su lado más costumbrista, el más folclórico. Lejos del exhibicionismo tecnológico de China y su gigantesca apuesta por las luces largas, el Reino Unido se inclinó por bucear en sus raíces, sin atajos, con el peso de su historia por delante y el inventario de sus celebridades más populares. Con la música como gancho, Danny Boyle, el director del show, se decantó por una escenografía propia del West End, el Broadway londinense, en la que prevalecieron algunos de los personajes más iconoclastas del paisaje británico.
Con un guión poco efectista, sin grandes emociones hasta que el exremero británico Steve Redgrave, oro olímpico cinco veces consecutivas, y un grupo de jóvenes deportistas encendieron el pebetero pasadas la una y media de la madrugada en España, Londres se ocupó de gestionar a conciencia su postal más turística. Como una noche por Picadilly. Con su película más tradicional, la sede olímpica apenas hizo guiño alguno al futuro y tiró de catálogo, de archivo. Más de tres horas de espectáculo con 15.000 figurantes en el escenario y sin notas que sorprendieran. Como muestra: los acordes de Carros de fuego. Un guión previsible para brindar por unos Juegos abiertos a lo imprevisto, en los que participarán más de 10.000 atletas de 205 comités olímpicos, el evento más global del planeta. No hay mayor catalizador universal que el deporte.
Los Juegos de 2012 arrancarán hoy con uno de sus principales iconos como protagonista, Michael Phelps, mito de la natación y ya leyenda olímpica, que con 16 medallas en la mochila aspira al supremo registro de las 18 de la gimnasta ucrania Larissa Latynina. El pez volador de Baltimore se ha proclamado estos días como alguien menos voraz, pero hay pruebas más que suficientes para poner en cuestión su supuesta falta de apetito. Frente a él, Ryan Lochte, su musculoso compatriota, el único que sobre el papel puede destronarle. La piscina no será el único centro de debate. En estos Juegos habrá que dilucidar otras batallas épicas, como las que proponen los jamaicanos Usain Bolt —que desfiló como abanderado con su toque reggae— y Yohan Blake en el atletismo. Y alguna más, como el reto que propone la selección española de baloncesto frente al dream team con Pau Gasol por bandera. El jugador catalán lideró la comitiva española, una de las más amplias, con una hilera que ocupaba toda una recta del estadio, pasadas las doce y media de la noche. Una pasarela eterna en la que también participaron ilustres como Novak Djokovic al frente de Serbia y Maria Sharapova con el mástil de Rusia. Y dos países con mensaje elocuente. Sudáfrica eligió como timonel a Caster Semenya, una ochocentista cuyo sexo ha sido puesto en duda. Y Catar rompió su anacrónica barrera. Por fin abrió sus puertas por primera vez a una mujer olímpica y concedió a esta, la tiradora Bahya Mansour, el honor de portar el emblema nacional.
Hoy, junto a la primera puesta en escena de Michael Phelps, también lo hará Mireia Belmonte, la gran baza española en su depauperada natación, incapaz de despegar al margen del waterpolo y la sincronizada. El otro plato fuerte del día será la prueba del ciclismo en ruta, con Luis León Sánchez y Alejandro Valverde al frente en ausencia del oro de Pekín, Samuel Sánchez, y dos estrellas como Alberto Contador y Óscar Freire. Tras el batacazo inicial del fútbol, cuyos chicos tuvieron tiempo de llegar a Londres desde Glasgow para la procesión nocturna de las banderas, España necesita despegar cuanto antes, evitar cualquier contagio pesimista. Concluída la verbena de anoche, es hora de competir.
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