Palabras de Saint Exupery sobre la muerte...

"Cierta vez he estado junto a tres campesinos, ante el lecho de muerte de su madre. Y en verdad que era doloroso. Por segunda vez se cortaba el cordón umbilical. Por segunda vez se deshacía el nudo: el que liga una generación con la otra. Estos tres hijos se hallaban, de pronto, solos, teniendo que aprenderlo todo, privados de una mesa familiar donde reunirse los dias de fiesta, privados del polo donde se encontraban todos. Pero descubrí, también, en esa ruptura, que la vida puede ser dada por segunda vez. Esos hijos, también ellos, a su vez, se harían cabezas de fila, puntos de reunión y patriarcas, hasta el momento en que les llegase el turno de transmitir el mando a la camada de pequeños que jugaban en el patio.

Miraba a la madre, a esa vieja campesina de apacible y duro rostro, de labios apretados, su rostro convertido en máscara de piedra. Y reconocía en ella el rostro de sus hijos. Esa máscara había servido para imprimir la de ellos. Aquel cuerpo había servido para imprimir estos cuerpos, estos hermosos ejemplares de hombres. Ella reposaba rota, pero como una ganga de la que se ha sacado el fruto. A su vez, hijos e hijas de su carne, imprimirían pequeños hombres. No se muere en la granja. La madre ha muerto, ¡viva la madre!

Dolorosa, sí, pero tan simple esta imagen del linaje, abandonando uno tras otro, sobre su camino, los hermosos despojos de cabellos blancos, marchando hacia vaya a saber uno qué verdad, a través de su metamorfosis.

Por ello, esa misma noche, la campana de los muertos de la aldea me pareció cargada, no de desesperación, sino de una alegría discreta y tierna. Ella que celebraba con la misma voz los entierros y los bautismos, anunciaba una vez más el paso de una generación a otra. Y solo se experimentaba una gran paz al oír cantar los esponsales de una pobre vieja con la tierra."

Lo que se transmitía así, de generación en generación, con el lento progreso de un crecimiento de árbol, era la vida, pero era también la conciencia. ¡Qué misteriosa ascención! De una lava en fusión, de una pasta de estrella, de una célula viva germinada por milagro hemos brotado, y, poco a poco, nos hemos elevado hasta escribir cantatas y pesar vías lácteas.

La madre no había transmitido solo la vida: ella había enseñado un lenguaje. Había confiado a sus hijos el caudal tan lentamente acumulado en el curso de los siglos, el patrimonio espiritual que ella misma había recibido en depósito, ese pequeño lote de tradiciones, de conceptos y de mitos que constituye toda la diferencia que separa a Newton o Shakespeare del bruto de la cavernas.

Lo que sentimos cuando tenemos hambre, esa hambre que impulsaba a los soldados de España bajo los disparos hacia la lección de botánica, que impulsó a Mermoz hacia el Atlántico Sur, que impulsaba a alguien hacia su poema, es que el Génesis no está acabado y que necesitamos alcanzar conciencia de nosotros mismos y del universo. Tenemos que tender pasarelas en la noche. Esto lo ignoran sólo aquellos que forman su sabiduría en una indiferencia que creen egoísta. ¡Pero todo desmiente a esa sabiduría! Camaradas, camaradas míos, yo os tomo por testigos: ¿Cuándo nos hemos sentido felices?"

Antoine de Saint Exupery. "Tierra de hombres".

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